Crónicas de América 3. Cienfuegos

Escapar: sueño compartido en Cuba.

Descargar Pdf

La ciudad de Cienfuegos se ubica a la orilla de la bahía de Jagua, que significa paradójicamente manantial, riqueza, fuente; o sea, todo lo que le falta al pueblo que aquí reside. El centro histórico urbano de esta ciudad, conocida como la Perla del Sur, es Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO desde el año dos mil cinco. Sin embargo, la mayoría de los cienfuegueros viven en unas condiciones paupérrimas que lejos están de ser patrimonio de nada.

Recién llegado de La Habana empiezo la tarde dando un paseo por el centro de la ciudad para descubrir el inmenso contraste entre la capital, donde todo está tremendamente concurrido, y esta ciudad que más bien parece pueblo. Para mi asombro y desconsuelo todo está vacío. Como si de una película del oeste se tratase, el ondear de la bandera cubana en el punto medio de la plaza dedicada a José Martí sustituye el libre rodeo de una bola de polvo del desierto. En ese momento aparece una señora llamada Andia, de unos sesenta y tantos, pañuelo verde en la cabeza que contrasta dulcemente con el negro de su piel, collar de bolas amarillo y traje blanco inmaculado. Se muestra curiosa por saber mi nacionalidad y empezamos a hablar de manera muy distendida. Ella es santa en su religión de origen africano, lo cual es bastante común en Cuba. Lo que la distingue es que es de las santas más antiguas de Cienfuegos. Además lee cartas, cuenta cosas del pasado, aconseja y adivina el futuro. Sin embargo y paradójicamente, no deja de hacerme preguntas que anhelan ser contestadas. Al comentarle que andaba solo por la ciudad apresuró a invitarme a su casa para presentarme a sus nietos y que estos me enseñaran la zona. Así de fácil resulta en Cuba hacer amigos.

Una vez llegamos a la humilde morada, en el mejor barrio de la urbe, la señora me presenta a uno de sus nietos, mientras llama a gritos (por supuesto) al más joven. Pero en ese momento sólo estaba Javier, el mediano. De apariencia bastante intimidadora, con dos veces mi cuerpo y un brazo que bien podría levantarme en peso, está cubierto de tatuajes. Pero su aspecto no disimula lo buena gente del tipo, que tarda poco en brindarme su desinteresada amistad. A veces los cubanos son tan extremadamente amables que uno tiende a desconfiar. Al menos al principio.

Después de descansar un poco en la habitación donde me hospedo, paso a buscar a Javier que, acompañado esta vez de su tío Gustavo, un señor entrañable, me lleva caminando a ver una especie de pasarela callejera con motivo de las fiestas locales. La repentina lluvia cancela de inmediato el acontecimiento, aunque seguimos recorriendo los distritos hasta llegar a varios suburbios y plazas donde el más pintado no pondría ni un pie. Me llevan a San Lázaro y pasamos por los barrios que lo colindan. En esos lares se ven paisajes con chicas que cobran menos de cinco dólares por prostituirse, caballos que aparecen en un momento cualquiera de debajo de las piedras, gente que vive en casas que se caen a trozos y hasta hambrientos lobos en los tejados. Es la situación sin adornos de un país que no consigue esconder sus flaquezas y desalientos; ni nada más, ni nada menos. Y es que menos es imposible.

Mientras que al principio sólo vislumbraba luces a causa de las sonrisas y la extrema amabilidad de la mayoría de los cubanos, hoy empiezo a coleccionar oscuridades de un país que no se puede comparar con ningún otro de en los que anteriormente puse mis pies. Robándole las palabras a mi queridísima amiga la psicóloga mexicana Anneth Medina, compartiré su perspectiva cuando me decía que “este país está lleno de esperanzas que se han quedado suspendidas en el aire”. Con ella coincidí en mi estadía en Cuba en tiempo pero no en espacio; y es que no pudimos comunicarnos por la dificultad que supone la prehistoria de internet. A ella, como a todos los que miramos de frente la realidad de lugares como éste, acabó ahogándole la sensación de estar encerrada en el país. No me quiero imaginar la lenta agonía que supone pasar cada día en un lugar en el que uno no quiere estar. Y es que, el sueño de muchos cubanos no es otro que el de volar. Es un sueño casi utópico, pero con el que se les ilumina la cara.

Conviene aclarar que también he coincidido con personas como Walter, que no cambiaría por nada en el mundo el vivir para siempre en Cuba. Él estudió durante seis años en la universidad para postularse como abogado. Aquí, los profesionales como él sólo pueden trabajar para el estado si quieren dedicarse puramente a su oficio. Eso quiere decir que independientemente de que gane casos no puede recibir más que su sueldo, que es menos de cuarenta euros al mes. Aunque su mujer también es abogada, ambos se dedican al turismo, que le da de lejos muchísimo más beneficios. Pero siguen matándose a trabajar y sufren para llegar a final de mes. A pesar de ello, Walter asegura que no abandonaría su nación ni aunque se lo pusieran en bandeja (cosa que nunca va a suceder). Pero él es una especie en peligro de extinción.

El resultado de los hitos históricos aquí acontecidos y la perspectiva tomada a lo largo de los últimos tiempos, que ya casi va para eternidad, es un pueblo que disfraza la apatía con una sonrisa, sin expectativas de cambio y con menos libertades de las que en Occidente podamos imaginar.

Hoy sentí por vez primera desde mi llegada un poco de claustrofobia. Durante mis viajes debo ser responsable conmigo mismo y comprender que el ejercicio de empatía que uno realiza mientras traslada sus mochilas por el mundo tiene sus consecuencias anímicas en el interior de la persona. Lo considero necesario para aprender a apreciar más que nunca lo que tengo al volver a casa. En la conversación de cada día con decenas de personas diferentes, cada uno de su padre y de su madre, llego habitualmente a las mismas conclusiones: qué injusto es el mundo para la mayoría y qué afortunados somos la minoría. Si yo, que vengo menos de un mes a esta isla, me siento encerrado, ¿qué deben sentir aquellos que están condenados desde que nacen a vivir en una sociedad que no tiene para comer? ¿Cómo deben superar adversidades aquellos jóvenes con ansias de libertad y tantos sueños por cumplir que se ven obligados día a día a cortarse las alas? ¿Por qué la mayoría de personas en el mundo no tienen la posibilidad de elegir su destino?

A diario refuerzo más la idea de que en Occidente debemos tomar conciencia de la cantidad de oportunidades que nos brinda el no haber nacido en este lado del mundo. Al menos en esta vida la moneda nos cayó de cara. Aquí los cubanos anhelan salir. Es la obsesión pura de casi todos, que desde la juventud ansían volar. Muchos de ellos desisten y aceptan con resignación y tristeza el hecho de que los países les tengan las puertas cerradas. “Antes al menos nos podíamos jugar la vida en un barco para llegar a las costas de Miami. En cuanto poníamos un pie en suelo estadounidense ya nos consideraban ciudadanos de USA”, me dice Javier. ¿Cómo no van a ver entonces al imperio norteamericano como el país de las oportunidades? Ahora eso se acabó. Por lo que me cuentan los locales últimamente es más asequible obtener el permiso para volar a Estados Unidos, pero mucho más sencillo que te traigan de regreso.

Y así como muchos africanos no se apuestan la vida por gusto en las pateras ni los sirios recorren miles de kilómetros a pie en condiciones infrahumanas por pasión, lo de los cubanos no es mero capricho. Se trata de mera necesidad. Para ellos el verbo escapar define el punto de partida en el que se empieza a vivir, de poseer la capacidad de elegir a diario, de tener para comer en el plato y para beber en el vaso, de trabajar en condiciones dignas… Ni tan siquiera ya hablamos de hacer lo que a uno verdaderamente le apasiona; mientras que en los países desarrollados el discurso se permite el lujo de establecerse en pro de realizar lo que a uno más le llena, aquí debe conformarse claramente con la lucha por la supervivencia. Escapar se convierte, así, en un sueño compartido.

Galería de Imagenes de Cienfuegos