Crónicas de América 7. Mis cubanas conclusiones

La Habana, Cuba

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Hay un día en el que los granjeros norteamericanos predicen que el invierno acabó. Éste se da cuando una marmota sale de su madriguera, a principios de febrero. Si al salir ve su sombra significa que la llegada de la primavera es inminente; si por lo contrario no la observa, volverá a meterse para seguir hibernando y la fría estación se prolongará unas semanas más. Es el famoso día de la marmota.

No estamos en invierno ni tan siquiera falta poco para que llegue, pero el regresar a La Habana me regala la continua impresión de vivir el mismo día una y otra vez. Es la segunda vez que regreso a la capital y como en las ocasiones anteriores todo está en su sitio y a su hora. Centro Habana contrasta con Habana Vieja en cuanto al cuidado de los edificios; la Catedral, los museos, los lujosos hoteles y restaurantes del primero hacen contraposición a las destruidas calles del segundo, donde los protagonistas son humildes familias que duermen bajo un maltratado techo. En lo que sí coinciden ambos barrios de la ciudad es, sin embargo, en la permanente repetición de sus patrones.

En esta magnífica obra llamada Habana el escenario son inconfundibles y únicos rincones, coloridas y tan descuidadas fachadas que hasta convierten el destrozo en belleza. Los actores nunca faltan al estreno diario: la madura bailarina de setenta años ameniza con su coqueta danza la melodía de una banda que toca música cubana de mitad del siglo pasado. Las viejas señoras adivinas y lectoras de cartas se sientan en la esquina de la plaza de la catedral, mientras esperan tener algún cliente nacional curioso por su futuro o turistas que quieran sacarles fotos a cambio de una moneda de un peso. A las nueve de la tarde no falla el cañonazo, diaria ceremonia que rememora el cierre de la ciudad en tiempos de la colonia española. El atrezo está en su lugar, y los espectadores disfrutan de la función.

El paseo al atardecer por el malecón no deja de ser un romántico momento sólo alterado por el continuo preguntar de personas que quieren vender lo que sea: paseos en taxi, bebidas, sexo, puros, hoteles… Lo que sea. Y da igual que la primera respuesta sea negativa, pues seguirán intentando convencerte. Si te preguntan si quieres puros y dices que no fumas van a insistir para que se los regales a alguien que sí lo haga, obviamente. Si ya has cenado no pasa nada, la lógica dice que mañana tendrás que comer. Y si respondes que no estás dispuesto a pagar por sexo te indicarán que siempre puedes invitar a la chica a cenar, comprarle regalos y pagarle el taxi, como si ese disfraz no se vistiese de prostitución.

Como en el resto de países del mundo las zonas turísticas sirven para formar una errónea impresión de la cultura del lugar. Sin embargo, y según mi experiencia en mi casi mes en la isla, creo que en la idiosincrasia del cubano sí que se mantiene el ser un buscavidas. Con una sonrisa y buen humor el ejercicio de la venta se convierte en deporte nacional imprescindible. Aquí muchos tienen su trabajo formal para el Estado y además una red de contactos en la que todos se retroalimentan. Esa trama se basa en la comisión por vender un servicio que no es propio. Así, si una persona lleva a un turista a un hostal obtendrá un porcentaje del precio que pague. Pongamos para el ejemplo tres pesos convertibles. Esa cantidad será la que también se lleve de comisión el del hostal al reservarle un taxi al viajero para ser transportado a su próximo destino. El taxista, a su vez, le pregunta a su pasajero si tiene pensado hacer alguna actividad una vez llegue a la nueva ciudad. Éste, que se toma la pregunta sin ni tan siquiera intuir el oculto interés del que la hace, responde que quiere visitar un parque natural. Es entonces cuando el conductor le pone en contacto con un guía que, como ya podemos imaginar, le da al taxista la comisión oportuna previamente negociada. El mayor buscavidas, siempre alerta a cualquier tipo de venta potencial, será el que más beneficios obtenga.

El psicólogo evolucionista Geoffrey Miller se basa en las ideas de Darwin sobre el ser humano cuando conjetura con que muchos comportamientos artísticos, el humor, el altruismo o la creatividad verbal, que no son primordiales y necesarios para la supervivencia, responden a la necesidad que tenemos de seducir. Según Miller y sus teorías, los momentos en los que el cerebro ha evolucionado a lo largo de nuestra historia fueron épocas en las que se necesitaba un desarrollo creativo. Asumiendo que el cerebro evoluciona como un dispositivo de cortejo y teniendo en cuenta la necesidad de sobrevivir de este país, puedo decir que Cuba es maestra en el arte de la seducción.

Esta cualidad obligada en la que se convierte la supervivencia explica directamente la elegancia del movimiento de atracción y la necesidad de embelesar para ser, en muchos sentidos, agasajado. Cabe recordar que a mitad del siglo pasado, antes de la Revolución, Cuba se había convertido tristemente en una isla a la que la clase social acomodada de los Estados Unidos acudía para hacer uso de toda la fiesta, droga y prostitución que en país propio se deja de ejercer. A día de hoy la fiesta es de lo más sana, sólo adulterada por el ron caribeño. No se ven, ni de lejos, desagradables escenas protagonizadas por personas ebrias ni comportamientos salidos de tono. En eso los cubanos son ejemplares, como en otros muchos aspectos relacionados con la educación.

La droga brilla también por su ausencia en un país que penaliza exageradamente la tenencia y la venta de sustancias como la marihuana o la cocaína. De lo que sí que no es ajeno Cuba, en este caso, es de la prostitución; ningún país escapa ni escapará del oficio más antiguo del mundo. La diferencia estriba en que en ciertas naciones donde la necesidad se hace heterogénea y omnipresente, un gran porcentaje de la sociedad (en este caso sobre todo de mujeres) venden su cuerpo a cambio de dinero. El tener una formación académica que en muchas ocasiones es incluso universitaria no evita el razonamiento de jóvenes chicas que, tal vez influidas por la inmadurez de una prematura edad, llegan a la conclusión de que una noche trabajando como prostitutas le va a dar más dinero que laborar un mes completo para el país.

El sexo aquí es parte sempiterna del día a día desde la adolescencia. La virginidad se pierde antes que la inocencia. A pesar de que el sistema de enseñanza gratuita ha llevado a la alfabetización a un gran número de cubanos, incluso a las esferas del campesinado, y de que la educación aquí es mucho mejor de lo que un país con tan pocos recursos pareciera poder aspirar, sigue existiendo una inmensa necesidad de concienciación y educación sexual para evitar embarazos tan precoces. Según muchos me han contado, las conversaciones de patio de colegio entre chicos y chicas de trece o catorce años versan en muchas ocasiones acerca de quién ha practicado sexo y quién sigue siendo virgen. Hasta vergüenza les da, al parecer, demorarse demasiado. Es como si el ritual del primer acto sexual fuera la única iniciación posible a la vida real de adulto, como un peso que uno debe quitarse de encima lo antes posible.

Mientras en otras culturas el tema se trata de manera sensiblemente diferente, Cuba abraza al sexo con una promiscuidad que adelanta además la edad de la paternidad. Como en todas las naciones con un nivel de vida humilde, el número de miembros familiares es mucho mayor que en países más acomodados. Aquí, además, es muy habitual oír el concepto de medio hermano, que se usa para referirse a los hijos de un mismo padre y distinta madre o viceversa. Es bastante común y botón de ejemplo que ayuda a entender cómo se establecen las relaciones, la duración y el compromiso en ellas.

Después de poco menos de un mes inmerso en su cultura puedo decir que éste es un país único, diferente a todos los que con anterioridad he estado. No puedo compararlo con ningún otro lugar, ni tampoco sus sueños. Y es que, los anhelos de los cubanos quedan dormidos, aletargados y escondidos detrás de un mobiliario que tapa ilusiones y metas por cumplir. No les queda otra que soñar con escapar…

Cuba, país de dos monedas donde menos es más y más no existe. Nación ésta que pasó de ser colonizada por unos a pseudodominada por otros y que no termina de acostumbrarse a los nuevos aires de apertura al mundo. Cuba se siente extraña… También impotente permanente por un embargo que no le deja levantar sus sueños, ese bloqueo al que aquí llaman “el genocidio más largo de la Historia”. Allá donde los buses no comprenden de relojes ni de horarios, donde es imposible salir sin una botella de agua en la mano, y donde se alberga una eternidad de fachadas de colores y frases en pro de la revolución y el socialismo en muros que piden a gritos una remodelación que nunca llega. Banda sonora continua, sin interrupciones, tan ancladas en Machín, Compay y Cruz como la estética del país al pasado. Las fantasías de escape contradicen el anhelo de la propia tierra de la que Cuba siempre estará, a pesar de todo, enamorada. Porque Cuba ama a Cuba tanto como escapar de ella misma ansía. Ésa es la paradoja del cubano, siempre tratando de romper sus cadenas para, con todo el alma, echarlas de menos.

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